México enfrenta desafíos significativos respecto al bienestar social, en términos ciudadanos, empresariales y gubernamentales pues nos encontramos ante la permanente necesidad de priorizar entre los muchos cursos de acción posibles. Si bien han existido planes de desarrollo sexenales, ante el repetitivo discurso y la paupérrima capacidad de realización de lo expresado en documentos y discursos, ha nacido un escepticismo y hasta un rechazo por parte de la sociedad civil. Entonces, ¿cómo priorizar cuáles de nuestras carencias y deficiencias atender para lograr el desarrollo deseado?; ¿cómo dejar atrás la demagogia partidista que busca votos pero que al mismo tiempo como consecuencia y destino perverso no mitiga el hambre, no educa, no reduce las desigualdades?; ¿cómo combatir la corrupción que alcanza niveles brutales más allá del burdo enriquecimiento ilícito y que muestra un nivel de desprecio hacia las mayorías de gran parte de la clase política?; ¿cómo fomentar la conciencia medioambiental de nuestro país cuando descubrimos ejemplos de depredación de ecosistemas a cuenta del beneficio económico de un puñado de distinguidos políticos?
Pareciera que al menos por parte del gobierno no veremos cambiar las cosas, y al mismo tiempo no podemos conformarnos con permanecer estáticos. Surge entonces la pregunta, ¿es acaso nuestra única posibilidad apostar al sector empresarial para el desarrollo de una cultura socialmente responsable?
Tal vez para algunos es difícil ver a este sector como portador de un estandarte de responsabilidad social cuando, por ejemplo, vemos casos en que por un lado se puede ostentar un certificado que lo avale como socialmente responsable, pero por otro lado se hace acreedor a multas millonarias por fijar precios o bien fabricar automóviles que no cumplan con regulaciones y estándares ambientales.
Es válido también cuestionar la verdadera motivación de aquellas empresas que ostenten distintivos de responsabilidad sociales o ambientales y que pudieran utilizarlos con el afán de obtener ventajas competitivas y provocar una reputación altruista más allá de la búsqueda genuina de bienestar en el entorno.
Sin embargo, a pesar de las comprensibles dudas, como oficial de responsabilidad social en empresas internacionales donde he trabajado puedo mencionar que las contribuciones a numerosas causas son efectivamente genuinas. Sumas millonarias han sido destinadas a verdaderos proyectos de beneficio para el medio ambiente y búsqueda de desarrollo social. Por citar sólo algunos de estos casos, puedo hablar de apoyos económicos para la conservación de la biósfera y biodiversidad, becas de estudio en países subdesarrollados, contribuciones para la restauración de ecosistemas, construcciones de aulas en escuelas de comunidades marginadas, entre otros muchos esfuerzos concretos y reales.
Resultaría ingenuo creer que el concepto representado por la responsabilidad social no se prostituya en ocasiones; sin embargo, pese a todo, hay contribuciones reales y no pienso que debamos de dejar de insistir, sino por el contrario, sumar y redoblar esfuerzos para pasar de lo estático al movimiento a través de una serie de acciones y consecuencias encadenadas en un sentido progresivo: educación, conciencia social, intolerancia a la corrupción y respeto al estado de derecho, abatimiento de la impunidad, justicia y seguridad, calidad de vida, conciencia medioambiental, preocupación por las generaciones próximas. Si no somos capaces de seguir esta progresión, seguiremos sin presente y por supuesto, sin futuro. No todo está en manos del sector privado, pero muy grande es la contribución que desde ahí puede hacerse y sobre todo, puede encender y mantener viva la chispa que impulse a la sociedad civil a exigir y demandar a los gobiernos el cumplimiento de su razón de ser.