Seguramente se habrán encontrado con cada vez más frecuencia las siglas IoT. Se trata del internet de las cosas (Internet of Things), tecnología integrada en objetos de uso diario que los habilita para conectarse entre ellos y a internet, lo que se logra por medio de dispositivos y protocolos diferentes que convergen para lograr el intercambio de datos entre todos los que conforman la red. Pese a que IoT todavía se encuentra en una etapa temprana, en menos de 7 años análisis hechos estiman que existirán más de 26 mil millones de objetos conectados, una cantidad 2.5 veces superior al número estimado de seres humanos y que continuará a un ritmo mayor de crecimiento respecto a la población año con año. Si consideramos a la par que la penetración de internet continúa en crecimiento (en México, por ejemplo, según cifras del IFT, en 2017 cerca del 64% de personas mayores de 6 años ya tenían acceso a internet*) creo que podemos imaginar el enorme impacto que esto tendrá en nuestra vida cotidiana. Teléfonos, tabletas, consolas de video juego, electrodomésticos, luminarias, mobiliario urbano, infraestructura, automóviles, aeronaves, sistemas industriales, sistemas para la salud estarán naturalmente conectados, pero también dispositivos no electrónicos en los más diversos ambientes podrán proveer información a través de etiquetas RFID y códigos QR. Así, estamos ya inmersos en una oleada tecnológica que está cambiando nuestro mundo, y lo seguirá haciendo de formas cada vez más sorprendentes en los próximos años. Conceptos también ya de uso frecuente como Big Data, Machine Learning e Inteligencia Artificial se desarrollarán cada vez más como consecuencia del enorme volumen de datos generado por IoT, tal vez del orden de exabytes o más, que será necesario procesar y que a la vez provocarán un espiral creciente de aplicaciones. Estamos viviendo el inicio de una nueva era con muchos retos técnicos, éticos y legales que tendrán que ser resueltos.