Primrose Hill
En mis vacaciones de verano tuve la oportunidad de hacer un viaje al Reino Unido. Conocía el itinerario y los lugares que visitaríamos, pero no imaginaba lo que implicaría ni tampoco lo que vería. A diferencia de las atracciones turísticas más visitadas, mi viaje estaba planeado con cuestas empinadas en diferentes lugares y largas caminatas que me irían preparando para llegar a lugares con vistas asombrosas, a tal grado que difícilmente las palabras pueden describir el sentimiento que provocan.
La primera colina fue la de Primrose, en Londres muy cerca de Camden Town, con una vista casi de 360 grados. Debo decir que recibí la instrucción de no anticiparme a la tan prometida vista así que sólo podía dirigir la mirada hacia el frente. Con tal advertencia de por medio, como un niño chiquito lo primero que quería hacer era voltear, sin embargo, al ser ya mayor y templada con cierto entrenamiento y disciplina (por supuesto), me concentré en el camino, dejé de pensar en lo que no podía hacer y me enfoqué en lo que sí podía para poder disfrutar la recompensa una vez llegado el momento. Esto me hizo pensar que así, en nuestra vida cotidiana, ¿cuántas veces queremos anticiparnos a los resultados sin trabajar para obtenerlos? Quiero la maestría, pero me da flojera estudiar; quiero una promoción en mi trabajo, pero no estoy dispuesto a hacer nada sobresaliente; quiero independizarme, pero no me atrevo a arriesgar. También recordé las veces en las que yo sentía urgencia y prisa por llegar y lograr mis metas. Cuántas veces subí sin pausa, sin reflexión, sin aprendizaje. El ímpetu que sentía era tal que siempre llegaba, pero la satisfacción no era del todo entera quizá porque me había perdido de mucho en la travesía y llegaba exhausta. Muchas veces no había llegado y ya estaba mirando la punta de la siguiente colina.
De la misma manera me di cuenta de que la motivación suele ser individual, y aún cuando el objetivo general pueda ser el mismo, el deseo de llegar cambia según el impulso de cada persona. En Primrose, mientras que para mí el llegar a la cima era una vista espectacular para mis fotografías, para otros sería otra cosa. Por ejemplo, durante el trayecto vi a una mujer que subía la empinada colina corriendo; no había llegado yo a la cima cuando la mujer ya iba de regreso para volver a subir nuevamente. Pensé en lo difícil que sería y admiré la determinación que la llevaba una y otra vez a realizar su hazaña. No se detenía a ver la ciudad; su meta era distinta.
Hoy sé que llegar tiene que ver con la determinación y persistencia, y no con la velocidad del paso. Aún sabiendo que el tiempo y la velocidad son decisión de cada persona, mi recomendación es considerar también el valor de la travesía; lo que se vive en el momento sin pensar en el futuro porque es precisamente esa convicción en el presente, la que siempre nos permitirá llegar: tener clara la razón que nos impulsa a seguir defendiendo todo aquello que nosotros creamos importante.